Três poemas de amor de Cortázar

cortazar

“Nasci em Bruxelas, em 26 de agosto de 1914. Signo de Virgem, como Jorge Luis Borges, meu planeta é Mercúrio. Minha cor, cinza; embora prefira o verde. As circunstâncias do meu nascimento não foram extraordinárias, embora um tanto pitorescas: nasci em Bruxelas como poderia ter vindo ao mundo em Helsinque ou na Guatemala.”
Julio Florencio Cortázar, que morreu há exatos 30 anos, repetiu esta frase diversas vezes em ocasiões diversas, quando questionado sobre o nascimento na embaixada da Argentina na Bélgica.
Para comemorar seu centenário, hoje, publicamos três de seus poemas de amor. Leia a seguir.

Happy New Year
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas. Entonces
la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo, como
si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

Una carta de amor
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.

After such pleasures
Esta noche, buscando tu boca
en otra boca
casi creyéndolo, porque así de 
ciego es este río
que me tira en mujer y me
sumerge entre sus párpados,
qué tristeza es nadar al fin hacia la
orilla del sopor
sabiendo que el sopor es ese
esclavo innoble
que acepta las monedas falsas,
las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera
rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa
espera sin pausas ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el
puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de
la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acomodarme de este
olvido que sube
para nada, para borrar del 
pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una
ventana sin estrellas.